Generant col·lecció. Activisme històric

(CAT)
Circumstàncies de la vida ens han portat a conèixer un projecte fascinant que des de Madrid està intentant reunir totes les peces possibles del disseny espanyol. Es tracta de la Col·lecció los díez, promoguda per l’estudi madrileny del mateix nom, los díez i format pels germans Javier i José Luis. Ens agradaria compartir el projecte i la història amb els seguidors de la Festa, en allò que per a nosaltres és un cas clar d’activisme, així que varem demanar a Javier que ens escrivís un text. A causa de la seva extensió no ho traduïm al català, aquí el teniu, tal com ens va arribar a nosaltres, gaudiu-lo.

 

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Generando colección. Activismo histórico

(CAST)
Circunstancias de la vida nos han llevado a conocer un fascinante proyecto que desde Madrid está intentando reunir todas las piezas posibles del diseño español. Se trata de la Colección los díez, promovida por el estudio madrileño del mismo nombre, los díez y formado por los hermanos Javier y José Luis. Nos gustaría compartir el proyecto y la historia con los seguidores de la Festa, en lo que para nosotros es un caso claro de activismo, así que le pedimos a Javier que nos escribiera un texto. Debido a su extensión no lo traducimos al catalán, aquí lo tenéis, tal cual nos llegó a nosotros, disfrutadlo.

 

Colección los díez, ¿fetichismo o deformación profesional?
[De cómo comenzó y no sabemos cómo podría terminar]
por Javier Díez_los díez

Siempre me lo he preguntado, sin tener —ya lo adelanto— una respuesta clara al respecto, plantee como plantee la cuestión: «¿Soy diseñador porque soy fetichista?, o, ¿soy fetichista porque soy diseñador?».

¿Mi interés y atracción por los objetos me llevó a querer crearlos definiéndolos proyectualmente?, o bien, ¿mi profesión me hizo descubrir en las cosas matices, capas de significado y valores inmateriales que provocaban en mí una fascinación que trascendía e iba más allá de su mera conformación tangible?

Lo que sí tengo claro es que esta correlación entre mi oficio y mi pasión explicaría —y en parte me haría responsable de ella en gran medida— la situación en la que nos encontramos mi hermano y yo en la actualidad.

Pero será mejor que me presente, o mejor dicho, que nos presentemos.

Soy Javier Díez, diseñador industrial, y formo parte, junto a mi hermano José Luis, interiorista, del estudio madrileño los díez; desde hace más de treinta años nos dedicamos al diseño de producto, y desde el 2010 también a la creación de poesía visual y poemas objeto, habiendo realizado así mismo alguna incursión en el campo de la fotografía.

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Por mi parte, escribo artículos para diferentes medios como la revista digital EL ASOMBRARIO & Co., la revista especializada en diseño ROOM y la ya desaparecida Diseño de la Ciudad; en el año 2022 —y aquí me permito una cuña publicitaria— Experimenta Libros publicó un recopilatorio de los artículos de mis dos últimos años con el título de OBJETIVO SUBJETIVO [Cuaderno de bitácora de tiempos extraños].

Pero centrémonos ahora, no en nuestra faceta profesional, si no en nuestra actividad como coleccionistas de diseño.

Remontándonos a nuestra más tierna infancia, mi hermano y yo siempre la recordamos rodeados de álbumes de cromos, ya fuesen promocionados por marcas de yogures o bollería o adquiridos en precintados y sorpresivos sobres en el kiosco de la esquina, que nos descubrían razas de perros o pájaros, las maravillas del mundo, los recórds más asombrosos o las estrellas de la televisión, el fútbol o el cine, y que en los recreos del colegio originaban aquellos corrillos de los que surgían, al calor del intercambio de dichos cromos, la melodía del «sí lo [tengo]…», «sí lo…», «no lo…», «no lo…».

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Con los años, adentrándonos en nuestra adolescencia, nuestra afición por recopilar —no me atrevería a utilizar todavía el término coleccionar— nos llevó a acumular de manera anárquica y nada sistemática cientos de pegatinas y decenas y decenas de llaveros.

Superada esta fase juvenil, los intereses de mi hermano y yo se distanciaron —sin seguir ninguno de los dos el ejemplo que tan sabia y calladamente nos había dado nuestro padre coleccionando sellos durante años, una afición sin problemas de almacenamiento— dedicándome por mi parte a intentar conseguir tazas de café solo ‘cambiándolas de sitio’ de cualquier cafetería o restaurante que visito y decidiéndose él por una actividad mucho menos arriesgada y emocionante como es la de coleccionar postales del edificio Capitol de Madrid.

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Pero volviendo a nuestra faceta profesional, comentar que a lo largo de los años fuimos acumulando una gran biblioteca centrada por supuesto en el mundo del diseño, pero que imbuida por el espíritu trasversal que siempre nos ha caracterizado —tal vez promovida por las miles de consultas a la Enciclopedia Universal Sopena— se fue extendiendo a campos como la arquitectura, el arte, la fotografía, el pensamiento…; en paralelo leíamos —y guardábamos— revistas tan dispares como las imprescindibles Ardi o De Diseño, Diseño Interior u ON Diseño, pero también el Ajoblanco, Sur ExpréS, El Paseante o El Europeo, además de los suplementos culturales Babelia, cultura/s, El Cultural y La Lectura.

Lo que tal vez sí sea posible es precisar un momento decisivo y fundamental como origen de lo que a día de hoy llamamos —no sé si de una manera excesivamente grandilocuente— como Colección los díez e incluso identificar a unos ‘presuntos culpables’. Ellos son los hermanos Sirvent, unos amigos que poseen una de las más importantes colecciones de máquinas de escribir del mundo, con más de 4.000 ejemplares, además de unos 1.000 objetos relacionados con el material de oficina, el marketing y el diseño gráfico; pues bien, en una de las conversaciones alrededor de dicha colección con dos de ellos, Luis y Juan, surgió el tema de la Valentine, la máquina de escribir que Ettore Sottsass y Perry King diseñaron en 1968 para Olivetti; de repente, mi gen fetichista se activó y me vi impelido a poseer uno de los iconos del diseño moderno, lo que me llevo inmediatamente a comenzar su búsqueda.

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Su localización y compra en la plataforma de compraventa de todocolección —que posteriormente se ampliaría a las de Wallapop, Etsy, milanuncios, Ebay, iberlibro y otras similares— me reveló todo un mundo de posibilidades en la búsqueda de publicaciones y objetos que hasta entonces sólo conocía por los libros, catálogos y páginas web, o por su presencia en museos y salas de exposiciones.

El descubrimiento de estas webs espoleo mi vena fetichista, lo que unido a mi retentiva visual alimentada a lo larga de 40 años viendo y estudiando diseño y al surgimiento en mí de un innato don para el regateo, han hecho de mí un auténtico experto en la búsqueda sistemática y compulsiva —cercana al TOC— de las piezas —nunca mejor utilizado el término si la consideramos casi como una cacería— a conseguir.

 

Esto me permitió adquirir en poco tiempo, entre otros, el florero Shiva y el teléfono Enorme, ambos de también de Sottsass, un ejemplar original de la lámpara Tatu de Ricard, un ejemplar del libro El hombre y el diseño industrial que yo ansiaba encontrar desde que Miguel Durán-Loriga, su autor, siendo director de la Escuela Experimental de Diseño en la que yo estudié, nos lo repartió en forma de fotocopias, la lechera del juego de café Oronda de Tusquets [afortunadamente hoy tenemos el juego completo], un par de ceniceros de Starck, algunos carteles de mi querido Alberto Corazón, de Mariscal, Óscar Mariné Brandi, Peret o America Sanchez, diversas bolsas de Vinçon, así como unos cuantos juegos de cerillas de Pepe Cruz Novillo, entre ellos los del circo y los animales con los que mi hermano y yo recordábamos haber jugado hacía muchos años.

Estas adquisiciones —que mi hermano calificaba como ‘caprichitos’— me hizo plantearle la posibilidad —tal vez un poco fantasiosa, pero en definitiva cimentada en los antecedentes que he mencionado— de empezar a crear una gran colección y biblioteca del diseño español lo que nos llevó —ahora sí, de una manera medianamente ordenada— a buscar colecciones de revistas que sólo habíamos leído puntualmente, o libros y catálogos esenciales sobre diseño, ya fuese este industrial o gráfico, sobre moda o interiorismo, y ampliando el radio de acción, hacia el campo de los objetos cotidianos y en menor medida —por motivos de espacio— del mobiliario.

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Con el tiempo nos hemos dado cuenta de que al no haber definido desde el principio sus límites y objetivos —tal vez movidos por la misma transversalidad y diversificación que mueve nuestra labor profesional— el punto débil de nuestra colección —aunque haya quien precisamente lo califica de virtud— es su falta de especialización.

A lo largo de los años hemos ido contactando con otros coleccionistas y hemos descubierto con envidia a alguno que ha centrado su interés en el vidrio escandinavo o la obra de André Ricard, o cuyo campo de actuación se circunscribe en adquirir las piezas que formaron parte de la exposición Diseño Industrial en España que se celebró en el Centro Nacional Centro de Arte Reina Sofía en 1998, u a otro cuyo interés se limita a adquirir libros y catálogos de fotógrafos españoles a los que luego persigue para conseguir su firma, o a otro que se ha convertido en el gran coleccionista y especialista en España de las lámparas Fase.

Esa falta de especialización es la que provoca que a nosotros nos interesen —por citar las que más recientemente tenemos en el punto de mira— tanto las grapadoras en plástico de Capdevilla como el maravilloso cartel de Turégano para el Festival de Jazz de Madrid de 1984, los ejemplares de la revista NEO2 o d[x]i o un catálogo de Josep Maria Magem, la silla Corset de Tusquets o  el cartel de Iván Zulueta para la película Maravillas, tanto un aplique de King & Miranda para Flos como el catálogo de la exposición de las mesas de Bigas Luna en La Sala Vinçon en 1973, un muestrario promocional de Daniel Nebot de 1993 o el juego de café de Andrés Nagel para Bidasoa,  las cajas de cerillas de Olmos promocionando los atractivos turísticos de España como el catálogo de la exposición retrospectiva de Barceló que Josep Bagá diseñó a modo de guía telefónica, un plato de Luki Huber para el Bulli como el frutero minimalista, o mejor dicho, esencial, de Curro Claret.

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Por cierto, buscamos desde hace tiempo la pinza antipolillas Orión de Ricard; si alguien la tiene podemos hablar de negocios, aunque también aceptamos donaciones, je, je.

A lo largo de estos años, habiendo conocido a cientos de vendedores y coleccionistas, galeristas y promotores del diseño, editores y diseñadores, nos hemos dado cuenta de algo que resulta duro decir, en especial siendo diseñadores, y es que en España la cultura del diseño no está arraigada; ¿cuántas galerías especializadas conocemos que expongan regularmente diseño?, ¿y a cuantos coleccionistas conocemos?, pero lo que tal vez resulte más importante, ¿cuántas instituciones públicas o privadas se preocupan de preservar, documentar y mostrar la historia de una actividad como la del diseño, que con su diversidad de especialidades y enfoques refleja —por encima de como lo pueda hacerlo por ejemplo el arte— el mayor exponente de la creatividad humana?

Porque el coleccionismo, más allá de ser «un bálsamo frente a la angustia del tiempo» como afirmaba Baudrillard, es una manera de preservar la memoria haciendo que esta se proyecte en el futuro, y en el caso que nos ocupa, el del diseño, nos permita conocer y entender lo que se ha hecho en el pasado —incluso mal— y con ello propiciar una cultura material de lo cotidiano que propicie que ese futuro sea lo más duradero y sostenible posible.

Bueno, esta es la historia hasta hoy de nuestra colección; lo que empezó con un pequeño ‘caprichito’ se ha convertido en algo creemos bastante importante [unas 2.500 revistas, unos 1.500 libros, aproximadamente 150 carteles, además de cientos de piezas de material gráfico, obra gráfica original y unos 400 objetos y piezas de mobiliario, además de unos 4.500 suplementos culturales] y que, como suponemos que les ha sucedido a tantísimos coleccionistas, nos ha desbordado por motivos de espacio.

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Que esta colección acabe constituyendo parte de un museo o una fundación, se convierta en el núcleo de un centro de interpretación y estudio sobre diseño o desperdigada en Wallapop solo el tiempo, ese gran coleccionista, lo dirá.

 

 

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